
La vida es así, como el descenso de un río. Tiene un principio y también su final.
Esta semana pasé unos días por Asturias disfrutando de bonitos paisajes.
Y pensé ya que estoy por aquí debo recuperar el espíritu aventurero...
¡Voy a coger una canoa¡.
Me acerqué a uno de los puestos informativos para ver si podía hacer el descenso del río. Y en efecto pude realizarlo ya que la salida se daba a las 11 de la mañana y eran las 10 y pico, por lo que tenía tiempo más que suficiente para mentalizarme y dar luz verde a esta aventura.
Realicé un pequeño paseo por las calles de Arriondas y en seguida me dirigí al punto de encuentro donde me entregaban el chaleco, el bote de plástico para meter los objetos personales y que no se mojaran, el remo, el picnic .. y un poco más abajo debía coger mi canoa que sería mi compañera inseparable durante todo el recorrido.
Tras una breve explicación del monitor iniciamos el recorrido.
Con gran ilusión empecé a remar hacia lo desconocido.
Durante el descenso pude ver escenas agradables:
El sol radiante, las aguas cristalinas bordeadas por bonitos árboles,las altas montañas, los grandes peces que se cruzaban en mi camino, las pequeñas playas y los descansaderos durante el sinuoso trayecto, el canto de los pajarillos... y hasta algún osado saltador que se lanzaban desde lo alto del puente para caer en el río.
Fue una bonita experiencia. Y antes de llegar a mi destino dije:
¡Debo darme un baño para despedirme de este espléndido recorrido¡.
Amarré la canoa a un pequeño arbusto y me di un chapuzón para decir el último adios a este río.
Lo conseguí y aunque bastante cansado llegué a la meta donde entregaba la canoa y volvía al lugar de partida.
Sólo me falta por decir que....
Yo hice el descenso del Sella.